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martes, 18 de abril de 2017

REPITEN CUENTOS DANIEL Y ELENA


Daniel y Elena han vuelto de nuevo a repetir experiencia contando dos cuentos en 5 años, como la vez anterior han compartido lectura aunque esta vez han leído la lectura de corrido, sin mostrar las imágenes del cuento hasta finalizar de contar la historia.


" LA CASITA DE CHOCOLATE"


Había una vez una pobre familia que vivía en su perdido bosque lejos de todos sitios. Tenían dos hijos, el chico se llamaba Hansel y la chica, Gretel. Todos los días Hansel y Gretel iban con su padre a buscar leña para su casa. Un día, salieron con su padre en busca de ramitas. Su papá les advirtió que no se distrajeran porque se podrían perder, pero Hansel y Gretel no le hicieron mucho caso porque estaban jugando. Al llegar a la mitad del camino, su papá les dijo: "Vamos a separarnos, vosotros dos ir por allí, y yo iré por aquí, pero antes del anochecer tenéis que estar aquí para volver juntos a casa, ¿vale?". "Sí, papá, no te preocupes." "Bueno, hijos, tened cuidado, dadme un beso." Los dos hermanos besaron a su padre y alegremente se fueron cantando y saltando mientras cogían ramas. Tan bien se lo estaban pasando que no se fijaron en el camino que estaban recorriendo y de repente se dieron cuenta de que estaban perdidos. Hansel se asustó mucho, pero su hermana que era un poco más valiente que él le dijo: "No te preocupes hermanito, todavía no ha anochecido, seguro que encontramos el camino de vuelta." Hansel y Gretel empezaron a andar sin saber muy bien hacia donde iban y con miedo porque pronto anochecería. De pronto, ¡qué sorpresa!, ¡no se lo podían creer! ¡Era una casa de chocolate allí, en medio del bosque! Al principio, los dos hermanos no se atrevían a acercarse, pero decidieron cogerse de la mano e ir juntos. Miraron por la ventana y vieron que no había nadie dentro. Por fuera de la casa tenía ladrillos de chocolate, tejado de mazapán, cristales de caramelo. Tenían mucha hambre y pensaron que si le daban un bocado a un ladrillo no pasaría nada y así lo hicieron. Mientras comían se dieron cuenta que la puerta de la casa estaba abierta. Decidieron entrar. ¡Qué susto cuando vieron lo que allí había! Un gran fuego con un enorme caldero y jaulas que colgaban del techo, sapos y culebras en botes ¡Qué asco! Estaban ensimismados mirando y, de pronto... ¡Ja, Ja, Ja, Ja! Era la risa de una fea bruja que entró en la casa montada en su escoba y tras de sí cerró la puerta con llave y Hansel y Gretel quedaron allí atrapados. La bruja los cogió y metió a cada niño en una jaula, cerro y colgó la llave en la pared, diciendo: "¡Creíais que os podías comer mi casa! Ja, Ja. Pues ahora quién os comerá seré yo, pero antes tenéis que engordar porque estáis muy flacos. Y así cada día la bruja les daba mucho de comer y les pedía que sacaran el brazo entre los barrotes, pero Hansel que muy inteligente, se dio cuenta que la bruja apenas veía y cuando ella le decía que sacara el brazo, él y su hermana sacaban un hueso de pollo y así la bruja decidía no comérselos aún, hasta que se cansó y dijo: "¡Ya está bien! Me da igual lo flaco que estés, te comeré a tí primero." La bruja cogió la llave y sacó a Hansel de la jaula. Se enfadó mucho al notar que el niño estaba más gordito y que la había engañado. Se enfadó tanto que se olvidó que la llave la había dejado puesta en la jaula. Mientras la bruja gritaba y metía a Hansel en el caldero, Gretel cogió la llave, salió de su jaula, agarró la escoba en que la bruja volaba y le atizó en la cabeza, entonces su hermano y ella subieron a la escoba y salieron volando de allí. La bruja quería perseguirlos pero no podía hacer nada sin su escoba, así que no pudo agarrarlos. Los dos hermanos se dirigieron alegremente a su casa, y ¡cuál fue la sorpresa de sus padres cuando los vieron llegar sanos y salvos en la escoba! Se besaron y abrazaron felizmente, utilizaron la escoba para ir de pueblo en pueblo vendiendo leña y así nunca les faltó para comer, y además los dos hermanos aprendieron una gran lección: "Nunca hay que fiarse de las apariencias". Por eso si veis a un desconocido que os llama, aunque parezca bueno.... No os fiéis. 



" EL ZAPATERO Y LOS DUENDES"


Hace mucho, pero mucho tiempo, vivía en un país lejano un humilde zapatero, que por cuestiones del destino llegó a ser muy pobre. Tan pobre era que llegó un día en que sólo pudo reunir el dinero suficiente para comprar el cuero necesario para hacer un par de zapatos. -  -No sé qué va a ser de nosotros - le decía a su mujer-, si no encuentro un buen comprador o cambia nuestra suerte no podré seguir trabajando y tampoco tendremos dinero para comer.  Cortó y preparó el cuero que había comprado con la intención de terminar su trabajo al día siguiente.  Después de una noche tranquila llegó el día, y el zapatero se dispuso a comenzar su trabajo cuando de repente descubrió sobre la mesa de trabajo dos preciosos zapatos terminados. Estaban cosidos con tanto esmero y con puntadas tan perfectas, que el pobre hombre no podía dar crédito a sus ojos.  Tan bonitos eran, que apenas entró un cliente, al verlos, pagó más de su precio real por comprarlos. El zapatero no podía creerlo y fue a contárselo rápido a su mujer:  - Con este dinero, podremos comprar el cuero suficiente para hacer dos nuevos pares de zapatos.  Como el día anterior, cortó los moldes y los dejó preparados para terminar el trabajo al día siguiente.  De nuevo se repitió el milagro y por la mañana había cuatro zapatos, cosidos y terminados, sobre su banco de trabajo. Por suerte, esta vez entraron varios clientes a la zapatería y estuvieron dispuestos a pagar buenas sumas de dinero por un trabajo tan excelente y unos zapatos tan bonitos.  La historia se repitió otra noche y otra más y siempre ocurría lo mismo.  Pasó el tiempo, la calidad de los zapatos del zapatero se hizo famosa, y nunca le faltaban clientes en su tienda, ni monedas en su caja, ni comida en su mesa y comenzó a tener un buen pasar.  Ya se acercaba la Navidad, cuando comentó a su mujer:  - ¿Qué te parece si nos escondemos esta noche para averiguar quién nos está ayudando de esta manera?  A ella le pareció buena la idea y esperaron escondidos detrás de un mueble para descubrir quien les ayudaba de esta manera.  Daban doce campanadas en el reloj cuando dos pequeños duendes desnudos aparecieron de la nada y, trepando por las patas de la mesa, alcanzaron su superficie y se pusieron a coser. La aguja corría y el hilo volaba y en un santiamén terminaron todo el trabajo que el hombre había dejado preparado. De un salto desaparecieron y dejaron al zapatero y a su mujer estupefactos.  - ¿Te has fijado en que estos pequeños hombrecillos que vinieron estaban desnudos? Podríamos confeccionarles pequeñas ropitas para que no tengan frío. - Le dijo al
zapatero su mujer. El coincidió con su esposa, dejaron colocadas las prendas sobre la mesa en lugar de los patrones de cuero, y por la noche se quedaron tras el mueble para ver cómo reaccionarían los duendes.  Dieron las doce campanadas y aparecieron los duendecillos. Al saltar sobre la mesa parecieron asombrados al ver los trajes y cuando comprobaron que eran de su talla, se vistieron y cantaron: - ¿No somos ya dos chicos bonitos y elegantes? ¿Porqué seguir de zapateros como antes? Y tal como habían venido, se fueron. Saltando y dando brincos, desaparecieron.  El zapatero y su mujer se sintieron muy contentos al ver a los duendes felices. Y a pesar de que como habían anunciado, no volvieron nunca más, no los olvidaron, porque gracias a ellos habían podido estar mejor y ser muy felices



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